Martirologio Romano: Conmemoración de san Narciso, obispo de Jerusalén, merecedor
de alabanzas por su santidad, paciencia y fe. Acerca de cuándo debía celebrarse la Pascua
cristiana, manifestó estar de acuerdo con el papa san Víctor, y que no había otro día que el
domingo para celebrar el misterio de la Resurrección de Jesucristo. Descansó en el Señor
a la edad de ciento dieciséis años.
Breve biografía
La envidia es mala. Son temibles para los padres los "celos" que muestran algunos
pequeños cuando viene al hogar un nuevo hermano. Llenan la casa de disensiones y
discordias entre los niños, ante el cuidado normal que los padres dan a sus otros hermanos.
Esta situación llega a ser, en ocasiones, mortificante para los padres cuando se dan en una
casa. Lo bueno del asunto es que de ordinario pasa pronto, basta con adquirir un mayor
grado de madurez natural. Lo malo del caso es no cuidar las pequeñas envidiejas y permitir
que se asienten en el hombre tomando el cariz de pecado.
Narciso nació a finales del siglo 1 en Jerusalén y se formó en el cristianismo bebiendo en las
mismas fuentes de la nueva religión. Debieron ser sus catequistas aquellos que el mismo Salvador había formado o los que escucharon a
los Apóstoles.
Era ya presbítero modelo con Valente o con el Obispo Dulciano. Fue consagrado obispo, trigésimo de la sede de Jerusalén, en el 180,
cuando era de avanzada edad, pero con el ánimo y dinamismo de un joven. En el año 195 asiste y preside el concilio de Cesárea para
unificar con Roma el día de la celebración de la Pascua.
Permitió Dios que le visitara la calumnia. Tres de sus clérigos -también de la segunda o tercera generación de cristianos- no pudieron
resistir el ejemplo de su vida, ni sus reprensiones, ni su éxito. Se conjuraron para acusarle, sin que sepamos el contenido, de un crimen
atroz. ¡Parece fábula que esto pueda pasar entre cristianos!
Viene el perdón del santo a sus envidiosos difamadores y toma
la decisión de abandonar el gobierno de la grey, viendo con
humildad en el acontecimiento la mano de Dios. Secretamente
se retira a un lugar desconocido en donde permanece ocho
años.
Dios, que tiene toda la eternidad para premiar o castigar,
algunas veces lo hace también en esta vida, como en el
presente caso. Uno de los maldicientes hace penitencia y
confiesa en público su infamia. Regresa Narciso de su auto
destierro y permanece ya acompañando a sus fieles hasta bien
pasados los cien años. En este último tramo de vida le ayuda
Alejandro, obispo de Flaviada en la Capadocia, que le sucede.
El vicio capital de la envidia presenta un cuadro de tristeza permanente ante la contemplación de los bienes materiales o morales que otros
poseen. En lo moral, es pecado porque la caridad es amar y, cuando se ama, hay alegría con los bienes del amado. Cuando hay envidia
no hay amor, hay egoísmo, desorden, pecado.
El envidioso vive acongojado -casi sin vida- por el bien que advierte en el otro y que él anhela tener. En ocasiones extremas puede llegar
a convertirse en una anomalía psíquica peligrosa ya que lleva a la ceguera y desesperación cuyas consecuencias van de la maledicencia
al crimen, pasando por la calumnia y la traición: el envidioso se considera incapaz de alcanzar las cualidades ajenas; la estimación que los
demás disfrutan es considerada como un robo del cariño que él merece; en la eficacia del trabajo ajeno, acompañado de éxito y merecidos
triunfos, el envidioso ve intriga y apaño.
Ayer y hoy hubo y hay envidiosos. A los prójimos toca sufrir pacientemente las consecuencias. Sin olvidar que la envidia fue la causa
humana que llevó al Señor al Calvario.
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