jueves, 30 de diciembre de 2021

Santo Francisco Javier

 

Una infancia turbada por inquietudes guerreras entre los muros del castillo navarro de Javier,
"aquel palacio que, como dirá Martín de Azpilcueta, estaba ya en pie antes de Carlomagno".
Aunque hombre de letras, su padre Juan de Jassu, partidario de Labrit, toma parte en la guerra
de Navarra en los primeros años del siglo XVI. Labrit, rey de Navarra, queda derrotado, el
duque de Alba entra vencedor en Pamplona, los franceses son vencidos en Noaín, la capttal
aclama a Fernando el Católico, y las piedras del castillo de Javier caen demolidas. Los Jassu
aceptan la derrota, y destruidas sus almenas, se entregan al cultivo de sus tierras señoriales
junto con su esposa María de Azpilcueta. En esas circunstancias ha ido creciendo Francisco
de Jassu y Azpilcueta, un adolescente dulce, amable, gracioso, alegre y juguetón, de singular
penetración de espíritu, curioso de saber, ávido de sobresalir, lo que acrecentaba el cariño de
su familia, escuela de enseñanzas cristianas. La ilusión de sus padres es que Francisco Javier
triunfe y restaure la grandeza del castillo de la familia. Mientras los criados preparan las
cabalgaduras con los pertrechos para el largo viaje, María de Azpilcueta da sus últimos
consejos a su hijo Francisco, con el triste presentimiento de que nunca más lo volverá a ver.
Javier espera triunfar en la vida y, piensa que ayudará a sus hermanos a reconstruir el castillo,
tal como lo vio en su niñez cuando la torre del homenaje erguía majestuosa sus almenas.
Javier abraza a su madre y a sus hermanos y con diecinueve años emprende su marcha a la Universidad de París.

París siempre ha tenido fama de ciudad alegre y divertida; pero ninguno de sus barrios era tan bullicioso y jaranero como el Latino, donde se
hacinaban los 50 colegios que componían la Universidad. La sociabilidad innata de Javier y su jovialidad será una característica propia hasta
el fin de su vida. La severidad de los reglamentos de los Colegio Mayores no le impedía a Javier escapar de noche y respirar un poco de
libertad por las timbas, tabernas y figones, abundantes en el barrio Latino. Le gustaba beber, jugar a las cartas y, sobre todo, cantar. Un buen
día Javier se encuentra con un estudiante guipuzcoano, cojo, recogido y muy piadoso, 16 años mayor que él y contra el cual habían luchado
sus dos hermanos mayores en las murallas de Pamplona, por lo tanto enemigos políticos. Era lñigo de Loyola. Providencialmente se
hospedaron en la misma habitación del Colegio Mayor de Santa Bárbara. Mientras. Javier era un joven fogoso, de porte distinguido y apuesto,
con anhelos de gloria, queriendo brillar en el mundo. Ignacio sólo ambicionaba la gloria de Dios y servir a la Iglesia. Javier rehuía a lñigo,
lñigo le prestaba dinero y sobre todo se alistaba a sus clases cuando ya Javier las daba y le buscaba alumnos. Los favores de lñigo, su
constante ejemplaridad y la reiterada pregunta de Ignacio "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?"

Por fin lñigo logró que Francisco hiciera los "Ejercicios Espirttuales", guiado por él y quedó transformado por la gracia. Decidió renunciar al
mundo, alistarse en la bandera del Rey Eternal y seguir a lñigo hasta formar parte de los siete compañeros fundadores de la Compañía de
Jesús. lñigo había conseguido, como buen alfarero, reconstruir aquella masa, la más difícil que había tenido en sus manos, según sus mismas
palabras, en un instrumento colosal que convirtió un mundo de almas.

Ordenados sacerdotes en Venecia y abandonada la perspectiva de la Tierra Santa, emprendieron camino
hacia Roma, en donde Francisco colaboró con Ignacio en la redacción de las Constituciones de la
Compañía de Jesús. Sin embargo, fue a los 35 años cuando comenzó su gran aventura misionera. Por
invitación del rey de Portugal, fue escogido como misionero y delegado pontificio para las colonias
portuguesas en las Indias Orientales. Goa fue el centro de su intensísima actividad misionera, que se
irradió por un área tan vasta que hoy sería excepcional aun con los actuales medios de comunicación
social: en diez años recorrió India, Malasia, las Molucas y las islas en estado todavía salvaje. "Si no
encuentro una barca, iré nadando" decía Francisco, y luego comentaba: "Si en esas islas hubiera minas
de oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino almas para salvar".

Después de cuatro años de actividad misionera en estas islas, separado del mundo civilizado, se
embarcó en una rústica barca hacia el Japón, en donde, entre dificultades inmensas, formó el primer
centro de cristianos. Su celo no conocía descansos: desde Japón ya miraba hacia China. Se embarcó
nuevamente, llegó a Singapur y estuvo a 150 kilómetros de Cantón, el gran puerto chino. En la isla de
Shangchuan, en espera de una embarcación que lo llevara a China, cayó gravemente enfermo. Murió a
orillas del mar el 3 de diciembre de 1552, a los 46 años. Fue canonizado el 12 de marzo de 1622 junto
con Ignacio de Loyola, Felipe Neri, Teresa de Jesús y el santo de Madrid, Isidro. ¡Buen grupo formado
por cuarteto español y solista italiano! Es patrono de las misiones en Oriente y comparte el patronato
universal de las misiones católicas con Teresa de Lisieux.

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